Una fístula vésico-vaginal es una comunicación anómala entre la vejiga y la vagina originada por un traumatismo local generalmente ocurrido durante una cirugía ginecológica (histerectomía abdominal o vaginal), aunque en los países con escasez de recursos sanitarios es más frecuente que una mujer puede sufrirla como secuela tras un parto complicado. Si la lesión iatrogénica pasa desapercibida y por ello no es reparada al momento, será tras retirar la sonda vesical en el postoperatorio cuando la paciente notará la pérdida continua de orina por su vagina.
El diagnóstico se confirmará mediante el estudio radiológico de cistografía retrógrada (que consiste en llenar la vejiga con contraste yodado a través de una sonda), y también con una uretrocistoscopia (examen endoscópico de la vejiga), que servirán para determinar la localización y el tamaño del orificio vesical, así como la posible presencia de materiales de sutura, clips metálicos o de tejido necrótico a su alrededor que impedirán su cierre espontáneo.
En los casos dudosos en los que las exploraciones radiológicas y endoscópicas no evidencian con claridad la existencia de una fístula vésico-vaginal, resulta de mucha utilidad la prueba del azul de metileno que consiste en repleccionar al máximo la vejiga con una solución estéril teñida de azul intenso y observar si aparece en vagina o si tiñe una gasa introducida en ella.
La colocación de una sonda foley de silicona en la vejiga durante 3-4 semanas puede facilitar en algunos casos el cierre de una fístula vésico-vaginal mínima que siempre deberá ser comprobado mediante una cistografía retrógrada o con la instilación vesical de azul de metileno. Si al cabo de este tiempo persiste la fístula urinaria o si hay cuerpos extraños en el orificio o en el trayecto fistuloso que harán que se mantenga siempre abierta, entonces su reparación o cierre deberá ser quirúrgico empleando diferentes técnicas de cirugía reconstructiva.